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146-53 | Jugamos sin reglas, y él ya lleva ventaja.

Llegué antes. Siempre llego antes, no por puntual, sino por costumbre: me gusta ver quién entra, quién mira, quién se cree importante. Me senté en un rincón que olía a humedad y secretos. No pedí nada, solo esperé. Judas apareció como si lo hubieran convocado los fantasmas, con esa forma suya de caminar que parece que flota, como si supiera todo antes de que pase. Se sentó enfrente, sin decir nada. Y el camarero, como programado, trajo dos cervezas. Nadie había dicho que queríamos. Las dejó, se fue.

El silencio se alargó como chicle. La botella sudaba en mi mano, pero yo no. Lo miré. Me miró. Silencio. Bronca contenida, deseo que no quería ser deseo, todo junto.

– Y entonces? –largué, porque el aire ya estaba demasiado espeso– Qué vienes a enseñarnos?

Él bajó la vista; mi mano, mi boca, mis ojos. Como si me leyera en partes.

– Puedo enseñarte muchas cosas. Si te atreves.

Me aguanté las ganas de tragar saliva. Me quedé ahí. Firme. Como si no me temblara nada por dentro.

– No estoy buscando clases con subtexto.

– Qué subtexto?

– El que viene con voz de serpiente y sonrisita torcida.

Se le escapó una media sonrisa. De esas que te arrancan un pensamiento que no querías tener. Lo fulminé con la mirada. Intenté que se notara el "no", aunque por dentro el cuerpo dijera otra cosa. Y justo cuando empezaba a complicarse todo, cuando el aire se podía cortar con una navaja, entró José. Con una bandeja de alitas y su cara de idiota feliz.

– Gente! Promo! Miren esto!

La tensión se escondió como rata. Judas lo miró como si acabara de profanar una misa negra. Yo, en silencio, le agradecí. Pero lo otro seguía ahí, lo que no se dice, lo que arde sin tocar. Y esa puta sonrisa, que no se va.



No me leyó. No pudo haberme leído. No?

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